viernes, 9 de julio de 2010

The Great Ocean Road

Y empieza mi viaje alrededor de Australia. Fundamental haber visto y re-visto la película 'Priscilla, Queen of The Desert' para entender el enfoque del viaje. Se que me repito. Pero se que no me equivoco.

Dejo el multicultural Melbourne con dos sensaciones muy claras:
1. Melbourne mola mazo.
2. Murray es un gran amigo.

Nos levantamos el viernes por la mañana después de una noche intensa de cena con amigos en el Hotel Kingston, en Richmond. Decir que el barrio tiene su 'nivel' y que los lugareños están muy orgullosos del mismo. Por lugareños me refiero a Quim, la vecina encantadora y superorganizada y David, el vecino y perfecto cicerone donde los haya. Encantadores en las formas y en el fondo. Shadi, un recien incorporado al grupo también se apunta a la movida. Rios de vino tinto y mucha risa. Demasiado vino para el viaje del dia siguiente. Pero los australianos son así: espontáneos y con gran tendencia al vino. ¿Tendrá algo que ver esto con lo bien que nos llevamos con los de la Península Ibérica?

Con pelín de resaca y mucha alegría preparamos el viaje y nos despedimos de Shadi, un buen amigo de Murray. Shadi es un personaje a seguir de cerca. Palestino nacido en Qatar, por desgracia como muchos palestinos, y que por razones de pura supervivencia y libertad personal ha venido a vivir a Melbourne. Muy buen tipo, inteligente y con muchas experiencias y cosas que decir y hacer en la vida. Bravo por Shadi.

Vamos en el coche Murray, el travieso Toby, la bella Bella y yo. Nos dirigimos hacia la Great Ocean Road. Probablemente una la ruta al lado del mar más espectacular del mundo. Nos dirigimos a ver a los 12 menos 2, es decir, 1o Apóstoles. Consisten en un conjunto de formaciones rocosas en la costa. Resulta que el mar gana terreno al contiente australiano a razón de 2cm por año. Y a lo largo de los milenios, parte de la tierra se ha resistido a esta erosión y han quedado enormes columas de tierra dentro del mar. Forman los 12 apóstoles, de los cuales han caido dos. Imagino que no tiene nada que ver con la debacle de la religión católica de los últimos tiempos. Pero la analogía es casi inmediata.

Vemos el paisaje en una tarde donde los elementos como el viento, las nubes y la puesta de sol son el escenario perfecto para una ópera. El mar rompiendo a lo bestia contra la costa. El sol luchando contra las nubes que se muestran impenetrables. Y el rojo y ocre de la tierra que dice aqui estoy contra el azul y blanco espumoso de las olas del mar. De verdad que la emoción de ver la fuerza natural de los elementos se te mete debajo de la piel y es imposible no sentirlo. En Europa no existe esta fuerza tan evidente y descarada de la naturaleza. No es tan claro, tan nítido. Australia es salvaje, es real, es pura. No hay escenarios. El paisaje no está encajonado. No hay escenarios de papel couché. Está expandido a lo alto y ancho de que se puede concbir. Y un poco más allá.

Me imaginé una ópera de Wagner o de Verdi y pensé que era uno de los escenarios más bellos del mundo. Y Murray y yo los privilegiados espectadores de tal escenario. Hay que verlo y sentirlo una vez en la vida. Solo por sentir ese momento, ha valido la pena este viaje. Evidentemente hay otras muchas cosas. Pero la sensación de que lo invertido en el viaje, en sentir ese momento, justificaba absolutamente todo.

Y es en ese momento cuando uno está realmente vivo. Algo parecido a cuando mi amigo Bruce, el tiburón, decidió presentarse entre bonitos corales. O cuando la tierra decidió saludarme en Chile.


Hacemos varias paradas para que los perros descansen y hacemos largos paseos con ellos. Tengo, otra vez, la inmensa suerte del momento. Resulta que en Australia ha llovido lo que no ha llovido en los últimos 10 años. Y está todo lleno de agua y verde. Imaginaros el típico paisaje australiano de eucaliptus, pero como un inmenso manto verde. El contraste es irreal. Es como mezclar agua con aceite. Paisaje imposible.

Comemos en Apollo Bay, que como dice su nombre es muy bello. Comemos en un restaurante lleno de figuras de mujeres gordas, al estilo Pedro Botero. Dormimos en un hostal de carretera y cenamos estupendamente bien.

Al dia siguiente entramos en Sout Australia, camino de Adelaide. Pasamos por paisaje muy bellos. Paramos en un bar en un pueblo perdido por el campo. La experiencia es religiosa. Todos medio pedos y solo se oye 'Hi mate how are you doing?', pero se escucha algo así como 'JaymAtJaYadAng?. Con las mayúsculas como vocales pronunciadas muy altas. Nos miran como bichos raros, pero son muy amables y curiosos. Huelen a perro viejo y están pedos perdidos, pero son extraordinariamente cercanos. Para el olfato, desafortunadamente cercanos. Es como entrar un un bar de un pueblo perdido de Cádiz. A los que también es imposible entender, y encima se cachondean de ti mientras se comen una tapa de lo más rica.

Llegamos finalmente a Adelaide a casa del hermano de Murray. Gente encantadora que se están convirtiendo, como no, en nuevos amigos.

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